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Eran inicios de noviembre, el ambiente empezaba a sentirse frío. El ocaso traía consigo una noche más temprana. Los árboles habían perdido sus hojas, y las mariposas llegaban volando al patio de la casa.

            Debido a los fuertes fríos, el abandono de la mina y a los constantes ataques del ejército, Santa Inés fue deshabitándose en poco tiempo. Eran menos los puestos en el mercado, pues muchos vendedores migraban a otras ciudades ya que no había personas a quien venderles. Esto por supuesto también afecto a Alma que de vender cinco cuadros paso a no vender ninguno durante semanas. Los días domingos en la misa además de Alma y de Leonora apenas y se contaban a otras veinte presentes. En las noches las calles se quedaban completamente desoladas. A las diez de la noche repicaban las campanas de la iglesia anunciando el toque de queda y los pocos habitantes de Santa Inés se atrincheraban en sus casas por miedo a que el ejército entrara departiendo balazos por las calles.

            Al no poder vender más cuadros, Alma intento vender flores de dalia y cempasúchil, las cuales recolectaba de un prado cercano a su casa, pero no tuvo éxito.

            Sin poder vender sus pinturas o flores, Alma se contrató para remendar ajeno a pesar de que su mamá ya se lo había impedido, lo hizo en secreto con ayuda de Rita quien era la que hacía los tratos con los clientes para que Leonora no se diera cuenta. Alma remendaba vestidos, trajes, colchas, sabanas y bordados en secreto ocultándose en su alcoba y en las noches procurando que su mamá no la escuchara. Alma era tan buena costurera y su trabajo demostraba su destreza que en poco tiempo empezó a tener mucho trabajo y con ello más dinero.