17.6: Cierre en el apartamento

De vuelta en nuestro apartamento esa noche —técnicamente ya de madrugada—, el silencio se sentía diferente.

Más pesado. Más significativo.

Era el silencio del final de una era y el comienzo incierto de otra.

Las cajas a medio abrir que habíamos abandonado esa tarde parecían ahora reliquias de una vida pasada, artefactos de versiones de nosotros mismos que ya no existían del todo.

—Así que... esto es todo —dije, todavía con mi vestido negro pero descalza, mirando por la ventana hacia el parque dormido—. La próxima vez que pisemos ese campus, será como graduados. Como ex-estudiantes. Como adultos reales con trabajos reales y facturas reales y responsabilidades reales.

—Da un poco de miedo, ¿no? —susurró Diego, acercándose por detrás y abrazándome con esa familiaridad perfecta que ya habíamos desarrollado—. Todo ese futuro esperando ahí afuera.

Me apoyé en él, sintiendo la seguridad sólida de su abrazo, el ritmo constante de su respiración.

—Un poco —admití en voz baja—. A veces más que un poco. Pero el Artículo 4 de nuestro tratado de viaje también se aplica a la vida, ¿no? El derecho inalienable a la aventura, incluso cuando da miedo.

—Absolutamente —respondió él, su voz vibrando contra mi espalda—. Y nuestra mayor aventura acaba de empezar. Con cajas a medio desempaquetar y todo.

Miré el desorden de nuestro nuevo hogar: las cajas con sus diferentes sistemas de organización (uno meticuloso, uno inexistente), la mezcla imposible de nuestras dos vidas convergiendo en un solo espacio, el caos hermoso que estábamos construyendo juntos.

Y por primera vez en mi vida estructurada y planificada, no sentí la necesidad urgente de organizarlo todo, de crear un sistema, de imponer orden inmediatamente.

Solo sentí que estaba exactamente donde debía estar.

Con la persona correcta.

En el momento perfecto.

Incluso si ese momento incluía una caja misteriosa etiquetada simplemente como "COSAS" y un futuro completamente incierto.

Especialmente por eso.