2. Un chico molesto

Enrique Salazar es ahora el director comercial de una empresa automotriz, tiene cuarenta y ocho años, lidera el departamento de ventas y marketing; se casó muy joven, con una artista plástica algo excéntrica, y aunque fueron felices por algunos años, cuando su pequeño hijo cumplió seis años, sencillamente le pidió el divorcio a Enrique y se fue de la casa, dejando todo, quería recorrer el mundo con su amante.

Desde entonces Enrique se ha dedicado a su hijo y al trabajo, a veces arrastrado por lo segundo queriendo darle lo mejor; sin saber, como compensar la ausencia de su madre, ha sido bastante permisivo en algunos aspectos de la vida de su hijo, sin embargo, es la persona más importante de su vida.

El director comercial arregló todo para esperar a su hijo por su cumpleaños, estuvo insistiendo para que llegara, pero el joven rebelde no llegó a la hora acordada, había salido con algunos amigos, para celebrar sus dieciocho años.

- "Tranquilo señor Enrique, su hijo es joven, ha obtenido su mayoría de edad, tiene que aceptar que ya no es un niño", dijo doña Leonora, quien había sido la nana del hijo de Enrique, desde que la madre se fue con otro hombre.

- "La casa siempre se siente tan grande sin él, tal vez tenga razón doña Leonora, pero es mi único hijo. Guardé esto, seguro que mañana comerá algo", expresó Enrique, resignado.

- "Lo guardaré, vaya a descansar, se ha esforzado bastante", comentó doña Leonora.

- "Gracias", dijo Enrique.

Pasa por la sala, mira las fotografías en la vitrina de él y su hijo a lo largo de los años, ahora ya su “campeón” está de su tamaño, y lo ve cada vez menos, por primera vez, la soledad se hace más profunda.

Harry Salazar acaba de cumplir dieciocho años, es muy inteligente, pero nada aplicado, pocas veces ingresó a sus clases en la escuela, pero siempre obtuvo las mejores calificaciones; es popular con todos, y en demasía con las chicas, busca problemas donde no debiera, pero siempre sale ganando.

Ahí está en medio de la pista de baile, bailando con una hermosa chica, de curvilínea figura; en algunas semanas empezarán las clases y quiere sacar el máximo provecho. Odia que su cumpleaños, sea el mismo día de San Valentín; y que esa fecha sea la última vez que vio a su madre.

No quiere pensar, así que bebe, baila y coquetea con la chica; sus amigos también están increíblemente animados y la fiesta parece que seguirá hasta el amanecer.

Son las cinco de la madrugada y Harry llega a casa, tambalea un poco, su padre se ha quedado mirando desde la ventana la hora que ha llegado; es inútil regañarlo en ese estado, pero al menos ya está en casa, así que irá a dormir un par de horas.

Harry va a la cocina por algo de agua fresca para beber, abre el refrigerador y se topa con la torta que su padre le compró, al menos no tiene declaraciones de San Valentín, a veces le reclamaba eso.

- "Lo siento, viejo. Igual, gracias", dijo Harry aunque sabe que nadie lo está escuchando.

Camina pisa mal, termina resbalando y el agua del jarrón se le cae encima, se da de carcajadas, y por alguna razón que no entiendes, recuerda a la muchacha que manchó con el agua del charco, le pareció muy bonita, pero tenía ese rostro de niña buena que le gritaba aléjate.

No sabe ni cómo se puso de pie, ni como terminó recostado en su cama, le parece absurdo que otra vez el rostro de aquella chica con ojos rasgados le sigan apareciendo.

- "Sal de ahí, chica molesta, sal, sal", comentó Harry, en medio de la borrachera y tratando de conciliar el sueño.

Harry aún no sabe, que pronto volverá a ver a la chica que agolpó sus pensamientos de un momento a otro, no comprende lo que le pasa, no había experimentado algo parecido antes; aunque no quiere escucharse, su imagen de tipo reacio, mujeriego y dueño del lugar no se puede perder, es la mejor pantalla que ha creado, aunque realmente no sea todo eso. "Solo debe ser que me siento culpable de haberle manchado su ropa", se dijo entre dormido y despierto; aun así el rostro de Binna es lo último que ve antes de quedar profundamente dormido.