Capítulo 10: Bajo la Luna Roja

Después de aquella primera conversación en la playa, Étienne comenzó a aparecer en todas partes.

No hablaba mucho con los demás, pero conmigo… era distinto. Aprendió rápido mi lengua, se esforzaba en entender nuestras costumbres, y a veces, sin decirlo, parecía respetarlas más que los propios nuestros.

Nos veíamos a escondidas.
No porque estuviera prohibido… sino porque se sentía más intenso así.

Recuerdo una noche en particular. La luna colgaba del cielo como un ojo sangrante. Decían las ancianas que la luna roja era presagio de cambio. De muerte o de renacimiento.

Yo no creía en presagios.
Hasta esa noche.

—No deberías estar aquí —le dije, mientras nos encontrábamos entre los árboles, lejos de la aldea.

—Tú tampoco —respondió.

Me sonrió como solo él podía hacerlo, como si con esa sonrisa pudiera calmar tempestades. Se acercó despacio. Podía sentir la energía vibrar entre nosotros, como si el aire supiera que estaba a punto de romperse.

—¿Eres un dios? —le pregunté, en voz baja.

Él negó lentamente.

—No.
Pero tampoco soy humano.
Al menos, no completamente.

Me tomó la mano. Su piel estaba helada, pero no me dio miedo.
Me miró a los ojos, como si buscara algo.

—¿Y qué eres entonces?

—Un castigo. Un recuerdo. Una advertencia.

—¿Y por qué estás aquí?

Él suspiró.

—Porque después de tanto tiempo… vi algo en ti que no había sentido en siglos.
Vida.
Y pensé… que tal vez aún no estaba perdido.

Mis latidos retumbaban en mis oídos. Sentía que me estaba acercando al borde de algo enorme. Algo irreversible.

—Si te quedas a mi lado —me dijo con voz rasposa—, todo cambiará.
Podría destruirte.
Pero también podría hacerte eterna.

—¿Y si no quiero la eternidad?

—Entonces dame una noche.
Una sola.
Y me iré al amanecer.

No supe qué responder.
No sabía que esa noche sería el principio de algo mucho más fuerte.