EL ESCAPE GASEOSO

La noche había sido larga, pero al menos todos habían logrado descansar en la aldea de la tribu. La comida había sido extrañamente deliciosa, aunque con un toque exótico que nadie quiso cuestionar demasiado. Rodrigo, en particular, se había dado un festín y su estómago ahora roncaba con una amenaza latente.
En medio de la seriedad de la estrategia para infiltrarse en el laboratorio, Rodrigo sintió un retortijón. Se removió en su asiento de hojas secas e intentó ignorarlo, pero su estómago tenía otros planes.
"Entonces, nos acercamos al amanecer y..."
Un estruendo interrumpió la explicación de Agustín. No era una explosión, no era un ataque... era Rodrigo liberando un gas tan potente que las antorchas del lugar parpadearon. Un silencio sepulcral se apoderó del grupo, seguido por una estampida de aldeanos que huyeron despavoridos.
"¡Por los dioses! ¡La maldición del vientre hinchado ha caído sobre nosotros!" gritó un anciano antes de desaparecer entre los arbustos.
Vanina y Raquel se taparon la nariz con desespero, mientras Agustín se inclinaba, luchando por recuperar el aliento.
"¡Rodri! ¡Por el amor de todo lo sagrado, avisa antes de lanzar un arma biológica!" exclamó Agustín.
Rodrigo, rojo de vergüenza, intentó justificarse. "No fue intencional... fue la mezcla de carne de mono y esas bayas raras."
Cuando el olor comenzó a disiparse, los aldeanos regresaron, pero con una distancia prudente. El jefe de la tribu, todavía pálido, decidió adelantar la partida del grupo.
"Más vale que se marchen antes del amanecer... antes de que ocurran... más accidentes." Dijo con evidente temor.
Y así, al día siguiente, con mochilas llenas y corazones listos para la aventura, comenzaron la travesía hacia el laboratorio. Por supuesto, el camino no estaría libre de problemas... ni de más situaciones embarazosas.