EL CAOS DE LA BODA

La avioneta aterrizó en un pequeño aeródromo improvisado a las afueras de la ciudad, sacudiéndose hasta detenerse. El grupo bajó tambaleándose, con el cabello alborotado y las ropas en un desastre total.

Rodrigo miró la hora en su reloj.

—¡Tenemos cuarenta minutos para llegar a la boda!

Raquel suspiró.

—Y estamos sucios, despeinados y con olor a jungla.

Vanina miró su reflejo en la ventanilla de la avioneta.

—Bueno, algunos más que otros… —dijo, viendo el desastre que era Agustín.

—¡Eh, yo siempre luzco increíble! —protestó él, sacudiéndose el polvo.

Dante miró alrededor.

—¿Cómo vamos a llegar al lugar de la boda?

En ese momento, se escuchó el motor de una furgoneta que se detenía justo frente a ellos. Un hombre con uniforme de conductor bajó y miró a Rodrigo.

—Señor Medina, me enviaron a buscarlo. Su boda está a punto de empezar, y la novia no quiere excusas.

Rodrigo y Raquel se miraron.

—Bueno, al menos alguien pensó en todo —dijo Raquel, subiendo rápidamente.

El grupo se metió en la furgoneta, riendo nerviosamente.

—¿Esto significa que de verdad vamos a la boda? —preguntó Toro.

—A menos que el universo decida arrojarnos otro desastre —dijo Rodrigo, ajustando su corbata.

Agustín suspiró.

—¿Sabes? Después de todo esto, siento que la recepción va a ser un paseo en el parque.

El chimpancé sonrió.

—¿Y quién dijo que la recepción sería tranquila?

El grupo se quedó en silencio un momento. Luego, todos soltaron una risa nerviosa mientras la furgoneta aceleraba hacia la iglesia.

Rodrigo miró a Raquel y le tomó la mano.

—Después de todo esto, nada podrá arruinar este día.

Raquel sonrió.

—Eso dijiste antes de la jungla.

Rodrigo rió.

—Sí, pero esta vez tengo un chimpancé que sabe leer mapas.

El grupo estalló en carcajadas mientras la ciudad aparecía ante ellos. La boda estaba cerca… y con su suerte, el caos aún no había terminado.