Capitulo 33

— Buenas tardes varones.

— Buenas tardes.

— ¿Me permiten hablarles de la palabra un momento?— ellos aceptaron — Jóvenes, la palabra dice que se acuerden del Señor su Creador en los días de su juventud. El Señor quiere, el Señor anhela que aprovechen el tiempo se su juventud para adorarle. Eso a lo que ustedes llaman “disfrutar la vida” es solo vanidad. Eso que tú ibas a hacer (se refirió al cigarro) al Señor no le agrada. Jóvenes, ya es hora que se arrepientan y hagan lo que a Dios le agrada, recuerden que la venida del Señor está cerca. Apuesto a que ya les han predicado estás cosas de que el Señor está cerca y nunca viene— ellos dijeron que si— ¿Y qué tal si esta es la última, porque serán ustedes que lleguen primero a Él?

Ellos lo miraron sorprendidos, pero, como incrédulos no pensaron que fuera Dios.

Edward se puso la gorra (ya se había puesto el suéter) y fue a meter la camisa que llevaba puesta en el bolso y vió la pistola y se acordó del sueño que la sacó de atrás.

— Bueno muchachos, los dejo. Cualquier cosa yo estaré por aquí otros días y también habrán hermanos por aquí. Adiós.

Ellos se despidieron.

Edward iba llegando a la esquina y al doblar más adelante por la otra acera dos guardias tenían contra la pared a dos chamos; uno los revisaba ¿porqué será? quizás porque no tenían tapabocas o porque tenían cara de bichos.

Edward se frenó y quería devolverse, pero, el guardia lo miró con cara de perro bravo como casi todos son. A Edward no le quedó de otra que seguir; tenso, siguió hasta dejar al guardia atrás y cuando sintió que ya podía apresurarse el guardia lo llamó, él se detuvo nervioso.

— Acomódate el tapaboca.

El se lo subió hasta tapar la nariz y quiso seguir, pero el guardia lo llamó

— ¡Chh! esos con su broma que Dios viene pronto y nada pasa— dijo el incrédulo ladrón, ahora sí prendiendo el cigarro.