El primer roce (literal)

Después de tres mojitos y demasiadas miradas cruzadas, Sofía decidió que necesitaba despejarse.
Literalmente.
Porque el calor, el alcohol y Tomás existiendo le estaban nublando el juicio.

—Voy a mi habitación —anunció, levantándose de golpe.

—Nuestra habitación —corrigió él, levantándose también.

—No empecés.

Caminaron en silencio por el sendero de madera que atravesaba el resort. La luna iluminaba el camino, los grillos cantaban, y Sofía se tambaleaba lo justo como para maldecir sus tacones.

—¿Te ayudo? —preguntó Tomás.

—No necesito ayuda. Solo necesito que te calles y te mantengas a un metro de distancia. Como en pandemia.

—¿También tenés distancia emocional incluida?

—Con vos, sí. Viene en el paquete.

Sofía dio un paso torcido y, antes de poder reaccionar, resbaló.
Tomás la agarró por instinto, justo a tiempo para evitar que se estrellara contra una maceta gigante.

Quedaron pegados.

Él con una mano en su cintura.
Ella con la cara a centímetros de su cuello.
Y la otra mano de él… apoyada accidentalmente justo donde no debía.

—¿Estás bien? —preguntó él, sin moverse.

—Eso depende —dijo ella, sin mirarlo—. ¿Tu mano está donde creo?

Silencio.

—Sí —admitió Tomás, sin moverse.

—¿Y la vas a sacar?

—Estoy considerando mis opciones.

Sofía levantó la vista. Sus ojos se encontraron.
Y por un segundo, solo uno, el tiempo se congeló.

No había cámaras. No había contrato. No había pasado.

Solo dos personas con un historial complicado… y una química imposible de ignorar.

—Podés soltarme ahora —dijo ella, con voz más baja.

—Puedo —dijo él, pero no lo hizo de inmediato.

Finalmente, se separaron. Pero la electricidad seguía ahí, vibrando en el aire como una canción a punto de estallar.

—Esto fue un accidente —aclaró Sofía.

—Claro —dijo Tomás, con media sonrisa—. Como todo lo nuestro.

Entraron a la suite sin decir una palabra más.

Pero cuando se acostaron, espalda contra espalda, cada uno en su lado del universo de sábanas rojas…
ninguno de los dos pudo dormir.