Un beso que no estaba en el guión

—¡Chicos! ¡La próxima escena es la caminata nocturna por la playa! —gritó uno de los productores, agitando un clipboard como si fuera un faro.

Sofía y Tomás seguían juntos, todavía con el eco del baile en la piel.

—¿Vamos? —preguntó él, ofreciéndole la mano.

—¿Nos queda otra? —respondió ella, pero esta vez sin sarcasmo. Solo... suave resignación.

Caminaron por la orilla, entre farolitos colgados de las palmeras y velas flotantes en frascos. Todo era tan perfectamente romántico que parecía una trampa emocional.

—Esto parece una película de Netflix dirigida por Cupido con déficit de atención —murmuró Sofía.

Tomás rió.

—Sí, pero vos sos la protagonista.

—Y vos el ex con cara de que aprendió a cocinar para compensar sus errores.

—Aprendí, de hecho. Hago unos ñoquis que te harían replantearte todo.

Sofía lo miró, divertida. Y ahí, justo cuando el ambiente empezaba a calentar sin necesidad de luces…
empezó a llover.

Primero, unas gotitas simpáticas.
Luego, un aguacero tropical en toda regla.

—¡Corte! —gritó alguien desde lejos—. ¡Nos vamos, nos vamos! ¡No queremos arruinar las cámaras!

Pero ellos no se movieron.

Se quedaron ahí, empapados, riéndose como si el mundo se hubiera olvidado de ellos.

Sofía se sacó los zapatos. Tomás se pasó la mano por el pelo mojado. Y sus miradas se encontraron en ese punto exacto entre “esto no debe pasar” y “esto ya está pasando”.

—¿Querés saber qué es lo peor de todo? —preguntó él, sin apartar la vista.

—Ya me lo preguntaste.

—No. Esto es diferente.

Se acercó un paso. Luego otro. Hasta quedar a centímetros.

—Lo peor es que… te sigo eligiendo.

Sofía lo miró. Lo midió. Lo sintió.

—Y yo… me olvidé cómo dejar de hacerlo.

Y ahí, en medio de la lluvia, la humedad, las luces apagadas y los micrófonos lejos…

se besaron.

No como actores.
No como ex.
No como parte del show.

Sino como dos personas que por fin se estaban diciendo la verdad con la boca cerrada.

El beso no estaba en el guión.
Pero fue el más real de todos.