Entrada 19 – El Correo que Cambió Todo

Por un momento en mi vida, llegué a creer que estaba recuperando un poco de felicidad. Había logrado levantarme de la cama. Había comenzado a bailar. Había vuelto a tener sueños. Pero como bien lo aprendí desde pequeño… la vida siempre encuentra la forma de ponerte a prueba.

Un día, después de practicar algunos pasos y escuchar música como ya era costumbre, entré a mi correo. Revisaba los mensajes sin esperar mucho, cuando algo me llamó la atención: un remitente desconocido. Lo abrí, con curiosidad… y no lo podía creer. Era mi mamá.

Después de tanto tiempo, después de tantos silencios… ella se comunicó conmigo.

Sentí que el corazón me iba a salir del pecho. ¿Por qué ahora? ¿Dónde estaba? ¿Qué quería? Comenzamos a hablar, primero con distancia, con cuidado… pero luego con más sinceridad, como si nunca se hubiera ido.

Nadie en casa sabía. Ni mi padre, ni mis hermanos. Era nuestro secreto.

Le conté todo. Cómo me quedé solo, cómo pasaba los días encerrado, llorando frente a una pantalla. Le dije que bailaba, que cantaba… Y por primera vez en años, alguien me escuchaba. Alguien lloraba conmigo. Y en su llanto, me sentí acompañado.

Un día, con miedo, le conté la verdad.

—"No me gusta mi cuerpo. No me siento feliz conmigo. Cuando nadie me ve… me visto de mujer. Y aunque debería darme miedo… es el único momento en que soy feliz."

Hubo silencio. Y luego… su voz temblorosa me preguntó:

—"¿Eres gay, hijo?"

Y le respondí, sin dudar:

—"No, mamá. No es eso. Es que este cuerpo no es mío. No me siento hombre. No me siento como esperan que sea. No me dejan llorar. No me dejan sentir. No me dejan ser yo."

Ahí, entre palabras rotas, le confesé: ya no quiero seguir ocultándome. No quiero vivir una mentira el resto de mi vida. No quiero seguir mirando el espejo con miedo.

Y así… mi historia comenzó a cambiar.