Entrada 72 – Como Si Fuéramos Normales

La vida bajó el volumen. Ya no gritaba, apenas susurraba.

La primera vez que salimos sin gafas, gorra ni guardaespaldas, sentí una libertad extraña. Caminamos hasta el supermercado y Nura se detuvo frente a una estantería repleta de pepero, con una sonrisa de niña traviesa.
—¿Podemos comprar todos los sabores? —me dijo, señalando los paquetes como si fueran tesoros prohibidos.
La cajera nos reconoció, lo noté en su mirada, pero solo sonrió y deseó que tuviéramos un buen día. Nada de cámaras, nada de murmullos… solo eso: un día normal.

Seguíamos en contacto con los chicos, aunque ahora eran mensajes dispersos en nuestros teléfonos:
Mina: “Ganamos un premio hoy. Les dedicamos el trofeo ❤️”
Demba: “Tokio no es lo mismo sin ustedes.”

Los leíamos y respondíamos con frases cortas, pero en el fondo sentíamos ese tirón en el pecho.

Una noche, YouTube nos recomendó su nueva canción. Le di clic por impulso, pero Nura apagó la pantalla antes de que terminara el primer minuto, justo cuando la cámara enfocaba el espacio vacío que antes ocupaba. No dijo nada, solo frotó el dedo donde solía llevar su anillo del grupo.

—A veces extraño cantar —confesé.
Ella me miró, como si hubiera estado esperando que yo lo dijera.
—Entonces hagámoslo. Pero solo para nosotras. Sin luces, sin rankings, sin competencia.

Sacó su guitarra vieja y comenzó a tocar la canción que escribimos una madrugada en la cocina: Nosotras contra el mundo. Yo improvisé nuevas letras sobre tostadas quemadas y mañanas sin despertador. Ella rió tanto que el gato saltó del sillón, asustado.

—No es lo mismo —dije.
—No, es mejor —respondió, acomodándome la guitarra en las manos—. Porque ahora solo suena para quien realmente importa.

Y ahí lo entendí: aunque hubiéramos dejado los escenarios, la música nunca nos había dejado a nosotras.