Capítulo 6 — Nada más que una secretaria

Narrado por Ethan

Siempre he creído que la intuición, en los negocios, es tan importante como los números. Puedes tener un informe impecable, una proyección millonaria, pero si algo no se siente correcto… entonces no lo es.

Por eso, cuando leí el currículum de Lia Parker, algo en mi instinto me hizo detenerme. Era una aplicación más, entre decenas. Pero no se sentía igual. Había algo que sobresalía… más allá de su formación, más allá de su experiencia. No sabía qué era. Solo supe que quería entrevistarla yo mismo.

Y ahora estaba frente a mí.

Entró con paso firme. Ni lento, ni presuroso. Natural.
No deslumbrante, no fingido. Real.
Su cuerpo curvilíneo, lejos de intimidarla, parecía ser motivo de orgullo. Se sentó sin titubear, sin nervios aparentes. Me miró directamente. Como si no tuviera idea de quién era yo.
O peor, como si no le importara.

—Señorita Parker —dije, rompiendo el silencio—, bienvenida a BlackSteel.

—Gracias —respondió, con voz suave, pero segura.

La entrevista comenzó como cualquier otra. Preguntas básicas. Experiencia previa. Manejo de idiomas. Capacidades organizativas. Pero a medida que hablaba, noté que había mucho más detrás de esa sonrisa franca.

No temía hablar con claridad. No disfrazaba sus palabras para agradar. Me contó que había trabajado para el vicepresidente de una constructora durante años, que había tenido una relación profesional muy valiosa con él… y que se fue cuando el ambiente dejó de ser sano. No entró en detalles, pero sus ojos se apagaron ligeramente cuando mencionó su salida.

Curiosidad: activada.
Empatía: contra mi voluntad, también.

—¿Y por qué BlackSteel? —le pregunté, esperando la típica respuesta de “es una gran empresa”.

Pero ella sonrió y dijo:
—Porque ustedes no construyen solo edificios. Construyen ciudad. Me gustaría formar parte de eso, aunque sea desde una silla frente a un escritorio.

No lo dijo para halagarme. Lo supe por el tono.
Creía en lo que decía.
Y eso me impactó más de lo que debería.

Así que le hablé de la empresa.
—Mis padres la fundaron hace más de treinta años. Mi padre, un arquitecto testarudo. Mi madre, ingeniera civil. Empezaron con un par de proyectos residenciales en el Bronx. Hoy tenemos desarrollos en más de veinte estados, desde edificios residenciales hasta infraestructuras gubernamentales. La filosofía siempre ha sido simple: construir con integridad, no solo con concreto.

Ella me escuchó con atención sincera.
No interrumpió. No fingió sorpresa.
Solo… escuchó.

Y cuando terminé, dijo algo que me tomó por sorpresa:

—Debe ser difícil… tomar algo que tus padres crearon y elevarlo sin perder su esencia.

Nunca nadie me lo había dicho así.

—Lo es —respondí—. Y lo sigue siendo.

La miré de nuevo. Sus ojos grises brillaban con esa mezcla rara de empatía y firmeza. Su lenguaje corporal no se esforzaba en parecer perfecto, simplemente era. Me pareció… hermosa. Pero no solo por su físico —aunque sería un mentiroso si dijera que no lo noté—, sino por su fuerza. Su presencia.

Tenía lo que se necesitaba.
Y más.

—Está contratada —le dije finalmente.

Sus ojos se abrieron ligeramente, sorprendida por la rapidez de la decisión.

—¿Así de simple? —preguntó, casi con una risa.

—Así de simple. Empezará el lunes. Serás mi secretaria personal. Tendrás acceso a mi agenda, coordinarás reuniones, revisarás documentos, y sí, tendrás que lidiar conmigo todos los días.

Ella asintió con un gesto divertido.

—He lidiado con peores. No me asusta.

La miré. Demasiado. Demasiado tiempo, tal vez.

Al levantarse para despedirse, extendí la mano.
Ella la tomó. Firme. Sin temblores.
Y, por un segundo, el contacto fue más que formal. Fue... humano.

La vi salir por la puerta de cristal, con su bolso al hombro y la cabeza en alto.

Y entonces me dije a mí mismo:

“Es solo mi secretaria. Nada más. No causó nada en mí.”

Mentira.

Lo hizo.
Y lo sabía.

Pero no voy a caer.
No otra vez.