Capítulo 6

Después del “like arqueológico”, yo ya me sentía lista para lo que fuera. Pero claro, el universo siempre tiene un nuevo desastre reservado para mí.

El siguiente candidato fue Tomás: alto, simpático en chat, con ortografía impecable (lo cual era un milagro en sí mismo). Hablábamos todos los días; me mandaba memes graciosos, me preguntaba por mi día y hasta me recomendaba series. Parecía demasiado bueno para ser verdad.

Spoiler: lo era.

Todo empezó un lunes cualquiera. Me escribió:
—¡Buenos días, guapa! ¿Cómo dormiste? 🌞

Yo, emocionada, respondí enseguida.
Pero luego… silencio.

Pensé: ok, estará ocupado. Pero pasó una hora, luego cinco, luego un día entero. Nada.

Al segundo día, me llegó un mensaje inesperado:
—Perdón, es que estoy full de trabajo.

Al tercero:
—Lo siento, estoy pasando por un momento complicado.

Al cuarto:
—No quiero ser grosero, pero creo que no estoy listo para esto.

Y al quinto… nada. Ni un visto, ni un emoji maldito, ni una explicación más. Solo un vacío digital.

Mis amigas decían:
—Te ghosteó.
—No, no —respondí yo, en negación—. Esto fue un ghosting educado.

Porque vamos, el tipo básicamente me dejó con un manual de excusas progresivas antes de desaparecer. Era como un tutorial de “Cómo irte sin sentirte culpable”.

Y ahí estaba yo, releyendo los mensajes como si fueran pistas de un crimen.
—¿“Momento complicado”? ¿Qué significa? ¿Que se le acabó el internet? ¿Que se mudó a otro país? ¿Que se fue a un retiro espiritual sin avisar?

La realidad era más simple: me había mandado a la banca con palabras bonitas.

Así que decidí devolverle la cortesía. Le envié un último mensaje:
—No te preocupes, espero que tu “momento complicado” mejore.

Y luego… silencio. Pero esta vez, de mi parte también.

¿Dolió? Sí.
¿Me dio risa después? También.
Porque si algo he aprendido es que en el mundo moderno, hasta desaparecer tiene etiqueta.